sábado, 15 de julio de 2017

Gastroletras de Luis Sepúlveda

En su novela El fin de la historia, el escritor chileno Luis Sepúlveda nos vuelve a traer a Juan Belmonte, protagonista de una aventura policíaca que recorre la historia del siglo XX y todo el planeta: desde la Rusia de Trotsky al Chile de Pinochet, con una inevitable parada en la Alemania nazi. En esta apasionante historia, Sepúlveda recrea los preparativos del banquete del 8 de febrero que tuvo lugar durante la Conferencia de Yalta --considerada el principio del final de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría--, de la mano del cocinero de Stalin.
La mañana del 8 de febrero de 1945 era gélida en Yalta, como en toda la península de Crimea, y en la vasta Ucrania la temperatura se negaba a subir de los cuatro grados bajo cero, pero Miguel Ortuzar --"Misha" para los oficiales soviéticos-- rehusó la taza de té ofrecida por su ayudante y se entregó a la preparación del menú.
Por deseo expreso de Stalin el banquete debía empezar por caviar, seguido de esturión en gelatina y cabra de las estepas asada. Los ingleses de Churchill deseaban también empezar con caviar --ninguno le hacía ascos-- y seguir con buey estofado y macarrones. Los que se negaban a oler siquiera el caviar eran los yanquis de Roosevelt, y como cada día exigían pescado blanco al champagne o pollo frito con ensaladas.
Misha comprobó con satisfacción que contaba con buen género llegado en las cajas rotualdas como "Yalta 208", y decidió agregar unas brochetas de cordero, además de codornices en escabeche.
Mientras el ayudante se entregaba al desplume de codornices, revisó minuciosamente el tesoro que custodiaba anotando las mermas en el inventario. Hasta el palacio de Livadia, frente al mar Negro, los ingleses habían llevado 144 botellas de whisky, 144 botellas de jerez, 100 kilos de té, 100 kilos de beicon, 100 rollos de papel higiénico, 2500 sevilletas de papel, 350 juegos de loza y cubertería, 500 puros Robert Burns para Churchill, Stalin y los altos mandos, con sus correspondientes 1000 cajas de cerillas. Los norteamericanos aportaron 1000 botellas de vino del Rin, 1500 botellas de whisky Johnnie Walker y King George, 2000 latas de carne de ternera, 1000 kilos de café en grano y 1000 botellitas de salsa barbacoa. El inventario lo completaba el aporte del embajador británico en Moscú: una docena de botellas de Château Margaux cosecha 1928, y otras 500 botellas de whisky de diferentes marcas, pues Winston Churchill le había ordenado no escatimar en esto último indicando que "el whisky es bueno para el tifus y mortal para los piojos". El vodka, el caviar y el champagne de Crimea corrían por cuenta del anfitrión. 
[Luis Sepúlveda, El fin de la historia, Tusquets]

.... Con El fin de la historia (2017) Luis Sepúlveda le da continuidad a la historia y los personajes de Nombre de torero (2012): acción detectivesca a través de los grandes acontecimientos de la historia del siglo XX.

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