jueves, 21 de abril de 2016

Los pastéis de Belém y la promesa de volver siempre a Lisboa

Probar los pastéis de Belém en la emblemática cafetería que, desde 1837, deleita tanto a los lisboetas como a los visitantes, es algo imprescindible para cualquier amante, no digo de la gastronomía, sido del sabor. He ido varias veces a la capital portuguesa y, además de la Plaza del Comercio, la Torre de Belém y el Monasterios de los Jerónimos, el cuarto elemento de este póker de imprescindibles es la desayuno (y la compra) de los pasteles de Belém.

[Monasterio de los Jerónimos]

Como tantas veces ha ocurrido en la historia, el hecho de que tengamos la posibilidad de deleitarnos con estos pastelitos es consecuencia de la casualidad. En la segunda década del siglo XIX, a consecuencia de la Revolución Liberal, todos los conventos tuvieron que cerrar y tanto el clero como las personas que trabajaban para ellos, perdieron sus trabajos. Una de esas personas, para sobrevivir, empezó a elaborar y producir unos pastelitos que vendía en una pequeña tienda próxima a una refinería de caña de azúcar. Era 1834.


La receta ha sido transmitida, desde hace casi dos siglos, de generación en generación, y pocas personas son las que conocen lo que ocurre en el Taller del Secreto, donde a diario se crean artesanalmente estas maravillas.

[Pastéis de Belém]

Los pasteles de Belém tienen una base de finísimo hojaldre que, a modo de tartaleta o cuenco, tienen un relleno de pasta y crema de yema de huevo y azúcar. La parte de arriba tiene un toque quemado que la endurece ligeramente. El pastel se remata con canela y azúcar glass.

[Los pasteles con la canela y el azúcar glass]

En nuestra última visita decidimos darnos un homenaje con dos pasteles de Belém, un bolo de arroz y un café con leche para desayunar. En tu próxima visita, te recomiendo que hagas lo mismo.

[El homenaje]

No olvides comprar un par de cajas para, llegado a casa, sentarte junto a la ventana y, escuchando un fado, alargar el sabor de Lisboa que, a buen seguro, te habrá atrapado para siempre. Cierra los ojos, deja que tu paladar vuelva a reconocer el hojaldre, la crema y la canela... entonces te prometerás volver a Lisboa... aunque solo sea por volver a comer los pastéis de Belém.

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